Saturday, October 19, 2013

M. Adela Blanes, "Para cambiar un pueblo, hay que formar a la mujer"


Adela Blanes es menuda y camina despacio. Su memoria, en cambio, resulta portentosa. Aterrizó en la tierra de los faraones hace más de medio siglo y desde entonces las fechas cruciales de la agitada historia del país árabe van zurcidas a las de su propia biografía.

A sus 84 años, esta misionera mallorquina del Sagrado Corazón presume de haber sobrevivido a Naser, Sadat, Mubarak y Mursi y es una de las vecinas más longevas de Bayadeya, un pueblo del Alto Egipto cincelado por su labor.

No existe fecha que trastabille el recuerdo de Adela. Pisó por primera vez El Cairo cuando los tambores tañían sones de guerra. Unos meses antes, el 26 de julio de 1956, el presidente Gamal Abdel Naser había anunciado la nacionalización del Canal de Suez. Y el control de la cotizada hendidura, arrebatada por el nacionalismo árabe al colonialismo, acabó en refriega a finales de octubre.

"A los veinte días de llegar fue la revolución de 1956. Pusieron en la puerta a todos los franceses y los ingleses y la mayoría de las monjas eran inglesas y francesas". "Vino la policía y dijo que todas las francesas e inglesas tenían que marcharse antes de una semana. Empezamos a hacer las maletas. Nos cortaron el teléfono y los militares se instalaron en el jardín del colegio", rememora. "Se pudieron quedar porque el nuncio nos proporcionó un documento de identidad del Vaticano. Desde la casa veíamos por la noche como caían las bombas sobre el aeropuerto", agrega desde la vivienda que la congregación tiene en Bayadeya, en la provincia de Minya, a 300 kilómetros al sur de la capital.

Hasta dar con el inmueble se atraviesan los canales del Nilo, por los que transitan los búfalos de agua o chapotean los niños del pueblo, y se deja atrás un laberinto de calles sin asfaltar jalonadas de viviendas humildes y campos de maíz. En esta ciudad de 28.000 almas y mayoría cristiana, Adela es una institución. Y una de las personas con más primaveras del lugar, dice ella mientras esboza una sonrisa. "Vine aquí con 26 años y ahora tengo 84. ¿Qué te parece a ti? ¿Qué es lo que más quiero? Para mí, Egipto. En España tengo a mis sobrinos que me reciben siempre con mucho cariño pero mi familia está aquí".

Varias guerra árabe-israelíes y dos destinos después, Adela empezó a echar raíces en esta villa de "felahin" (campesinos) en 1984. "Fue como pasar del primer al tercer mundo. No había electricidad ni agua corriente. La única manera de cambiar un pueblo es formando a la mujer", asegura. Y, sin desfallecer, la misionera se entregó a la tarea de educar a la población femenina. "Al llegar las niñas se casaban a los 11 y 12 años. Trabajé mucho concienciando a las mujeres y a los hombres porque aquí los peores eran los hombres".

"Impartí conferencias sobre los derechos de la mujer y les repetí que si querían cambiar el pueblo debían formar a sus hijas y mujeres. 'Vosotros os marcháis al campo o al trabajo pero la mujer esta todo el día en la casa y es la que educa a los hijos' les dije", indica Adela. No solo el matrimonio infantil la horrorizó. También la alta tasa de mortalidad entre los recién nacidos -"la mitad de los niños fallecía por tétanos"- y la atroz práctica de la ablación de clítoris, extendida entre cristianos y musulmanes.

"El 98 por ciento estaban circuncidadas. Hablé con las madres y las abuelas; les enseñé vídeos y les expliqué todas las consecuencias nefastas de la mutilación genital para el matrimonio. Al final logré que ninguna niña sufriera nunca más la circuncisión. También divulgué los métodos de regulación del nacimiento. Antes tenían, 12, 14 o 16 hijos porque la mitad moría", relata la monja.

Su lucha en el Egipto profundo, donde incluso ahora el extranjero es una excepción, la convirtió en una pionera. Aprendió el árabe a partir del compromiso diario de llegar a balbucear un puñado de nuevas palabras y, aprobado el oportuno examen teórico y práctico, se puso al volante de un Lada Niva, un sufrido coche de fabricación soviética que aún transita las carreteras egipcias. "Fui la primera mujer que obtuvo el carné de conducir de la provincia de Minya. Fue el 4 de diciembre de 1966. Cuando llegué a recogerlo me dijeron que era cosa de hombres. Les contesté que era cosa de hombres y de mujeres".

Minya, la provincia donde reside Adela desde hace décadas, ha vivido los meses más convulsos de su historia. Desde el desalojo en agosto de las acampadas islamistas, ha sido el epicentro de la ola de violencia que ha dejado medio centenar de iglesias incendiadas y viviendas y comercios cristianos arrasados por la cólera. "Siempre ha sido una provincia tranquila. Es la primera vez que se han quemado iglesias y se han saqueados tiendas de cristianos", afirma. "En cualquier religión el fanatismo es negativo. Supone encerrarte y no reconocer al otro como un hermano con los mismos derechos".

"Todos tenemos defectos. En Egipto y en España. Reconozcamos nuestros valores comunes, vivamos juntos y caminemos adelante", dice con esperanza en los jóvenes que derrotaron hace ya dos años y medio a Hosni Mubarak.

"Los Hermanos Musulmanes no han sabido. Han querido islamizar en lugar de gobernar. Los jóvenes desean trabajo, libertad y justicia. Hay un gran interrogante aún en el futuro pero si te fijas hasta ahora los ministros eran gente con los pelos grises. Queremos juventud y cambio", detalla Adela. Un grito que, pese a que sigue poco la actualidad española, también aplicaría en su patria. "Es lo mismo porque en España hay mucha corrupción y la política está muy sucia".

Fuente: elmundo.es

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