Saturday, April 27, 2013

LAICOS NAZARET estrena logo




A lo largo de tres años Laicos Nazaret de Güimar ha ido cobrando identidad. Por eso, ya tenemos nuestro retiro anual y en él tuvimos la alegría de estrenar logo. Lo compartimos con todos los laicos Nazaret del mundo.

EXPLICACIÓN DEL LOGO

El logo está inspirado en los molinos de viento que hoy se ven por todas partes- América y Europa-  y producen energía eólica. ¿Por qué este logo? Tiene tres aspas. Estas tres aspas simbolizan a Jesús, María y José que vivieron siempre al aire del Espíritu, lo recogieron en sí y produjeron una “energía” de la cual hoy aún vivimos. El mundo estaba apagado por el pecado y su energía nos trajo la Luz.

La línea azul fuerte nos habla de vivir enraizados en tierra, de tocar nuestro mundo real y anclarnos en él. Las aspas arañan el cielo y giran en él. Clavados en tierra, su ambiente es el cielo. Eso es Nazaret.

Las aspas pueden también simbolizar la familia personal de cada laico.

Las aspas giran también expandiéndose, abriéndose. Por una parte, con la Asociación de Laicos el carisma de Nazaret se abre al mundo; por la otra la misma Asociación ha ido implantándose en distintos países, es abierta, universal…

Si nos fijamos en los paisajes donde se ubican los molinos de viento constatamos dos cosas:
- Suelen ser paisajes áridos y con mucho viento.
- Nunca hay un molino sólo.

También hoy vivimos la aridez espiritual en muchos sentidos. En ese ambiente está el Laico Nazaret y está llamado a “aprovechar” los vendavales para transformar el mundo. Pero no puede caminar solo. El camino de los Laicos Nazaret es un camino de comunidad.  En un clima de laización progresiva la energía eólica – la que aporten los laicos a la Iglesia- es la gran alternativa. Además es una de las pocas energías que no contamina y no se extingue.

EL VIENTO

En el Logo no se ve pero el protagonista del molino es el Viento. En la Sagrada Familia el gran protagonista oculto fue también el Espíritu y lo vemos en todos los textos. El laico de hoy en día debe vivir conducido por el Espíritu.

TEXTO

La línea azul fuerte, que es el poste, es a la vez una L. La L de Laicos que se enlaza con la N de Nazaret.  Al final, el lema: Un carisma para el mundo. Predominan los colores azules que reflejan el cielo.

Fuente: www.vivirennazaret.blogspot.com

Tuesday, April 2, 2013

SACERDOCIO: ¿Cómo tratamos al rebaño que el Señor nos ha confiado?, por Mons. Francisco González, S.F.


16 DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, B
Jeremías 23,1-6
Salmo 22:  El Señor es mi pastor, nada me falta
Efesios 2,13-18
Marcos 6,30-34


Jeremías 23,1-6:

Ay de los pastores que dispersan y dejan perecer las ovejas de mi rebaño –oráculo del Señor–.
Por eso, así dice el Señor, Dios de Israel: «A los pastores que pastorean mi pueblo: Vosotros dispersasteis mis ovejas, las expulsasteis, no las guardasteis; pues yo os tomaré cuentas, por la maldad de vuestras acciones –oráculo del Señor–. Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas de todos los países adonde las expulsé, y las volveré a traer a sus dehesas, para que crezcan y se multipliquen. Les pondré pastores que las pastoreen; ya no temerán ni se espantarán, y ninguna se perderá –oráculo del Señor–. Mirad que llegan días –oráculo del Señor– en que suscitaré a David un vástago legítimo: reinará como rey prudente, hará justicia y derecho en la tierra. En sus días se salvará Judá, Israel habitará seguro. Y lo llamarán con este nombre: El-Señor-nuestra-justicia.»

Salmo 22:  El Señor es mi pastor, nada me falta

El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.
R/. El Señor es mi pastor, nada me falta

Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.
R/. El Señor es mi pastor, nada me falta

Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.
R/. El Señor es mi pastor, nada me falta

Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.
R/. El Señor es mi pastor, nada me falta

Efesios 2,13-18:

Ahora estáis en Cristo Jesús. Ahora, por la sangre de Cristo, estáis cerca los que antes estabais lejos. Él es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, derribando con su carne el muro que los separaba: el odio. Él ha abolido la Ley con sus mandamientos y reglas, haciendo las paces, para crear con los dos, en él, un solo hombre nuevo. Reconcilió con Dios a los dos pueblos, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte, en él, al odio. Vino y trajo la noticia de la paz: paz a vosotros, los de lejos; paz también a los de cerca. Así, unos y otros, podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu.

Marcos 6,30-34:

En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: «Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco.»
Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.

Comentario de Mons. Francisco González, S.F.
Obispo Auxiliar de Washington, D.C.

Somos iglesia, somos comunidad, somos pueblo, somos asamblea. En todas ellas se necesita alguien que dirija. Los reyes y líderes religiosos del pueblo de la Biblia se les llamaba también pastores. La primera lectura y el santo evangelio de hoy es lectura obligada para los responsables de grupos, en particular los que han recibido el sacramento del Orden, pues la cosa es seria.

En la primera lectura el Señor se queja de los pastores que dispersan a las ovejas y dejan perecer las ovejas de su rebaño. Se queja de esos pastores que dispersaron, expulsaron y no guardaron sus ovejas. Por lo cual tendrán que rendir cuentas “por la maldad de sus acciones”. El Señor mismo tendrá que cuidarse de ellas, les pondrá pastores buenos y al final mandará a un vástago de David para que las cuide.

La simple lectura es una llamada a cada uno de nosotros pastores para un examen concienzudo de cómo tratamos a los que el Señor ha puesto a nuestro cuidado.

¿Cómo cuidarlas? La lectura evangélica de este domingo nos habla de la actitud de Jesús ante el rebaño.

Los apóstoles vuelven gozosos y cuentan, me imagino que todos a la vez, lo que habían hecho y enseñado. Jesús los quiere oír, es importante para él, al fin y al cabo, él es quien los envió. Todos felices se subieron a la barca para ir a un lugar donde los pudiera atender personalmente, escuchar las maravillas de esa primera evangelización, hacerles preguntas, incluso de cómo los habían recibido.

El plan se distorsionó pues la gente de todas las aldeas vieron hacia donde se iban y salieron corriendo, tanto que llegaron antes que Jesús, quien mirando desde la barca aquella multitud “le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor”. Así es Jesús, se compadece de todo el mundo, de cada enfermo, y de las multitudes que le siguen.

El pastor provee comida, el pastor lleva las ovejas al lugar preciso, el pastor da seguridad a las ovejas y las protege del enemigo, el pastor es cariñoso con ellas pues las llama por su nombre y a las que tienen dificultad la carga sobre sus hombros. Al mirar a ese grupo que se le ha adelantado ve a las que necesitan consuelo y nadie se los da; se da cuenta de las que no encuentran sentido a la vida y él se los quiere proporcionar; descubre, pues se les nota en la cara y principalmente en el corazón, que quieren hablar, desahogarse con alguien y nadie las escucha; buscan unos hombros para aligerar sus pasos y nadie los ofrece… y Jesús no puede resistir, y pospone ese pasar un rato junto con sus apóstoles y dirigiéndose a la muchedumbre “se puso a enseñarles con calma”. Jesús no tiene prisa y da a cada necesitado el tiempo que requiere. Y es que Jesús siempre mira con compasión, es su estilo, y con eso ojos mira a la viuda que ha perdido a su único hijo; mira con cariño a ese joven que quería saber qué era necesario para la salvación y no sería diferente la mirada que ofreció a Pedro después de haberle negado tres veces.

Es una realidad que mucha de nuestra gente se está marchando de nuestras iglesias. ¿Por qué será? No es cuestión de estadísticas y consolaciones de bajo valor que algunas de nuestros templos siguen estando llenos. En estos momentos de la Nueva Evangelización hemos de examinar nuestro pastoreo. ¿Cómo tratamos al rebaño que el Señor nos ha confiado? Hay quienes buscan y no nos encuentran, o nos encuentran pero no tenemos tiempo… ganas… palabras… compasión… vida que dar.

A veces los pastores nos escudamos detrás de nuestros cargos y posiciones para evitar tener que escuchar, tanto que para algunas gentes les sería más fácil escalar el Everest que conseguir una cita con el pastor… claro que es exageración. Pero no es exageración el buscar de cómo imitar al Maestro, al Buen Pastor en su forma de tratar a las personas y mirarlas, acercarnos a ellas como Jesús lo hacía para juntos disfrutar de un descanso, compartir unas experiencias, orar juntos, reírnos de nosotros mismos, y así evitar que el activismo, la productividad, los dos o tres trabajos que tenemos para poder vivir mejor, destruyan los verdaderos valores y nos impidan vivir la vida.

Ojalá sepamos los pastores, o los que tengan responsabilidad de pastoreo, actuar como el Buen Pastor, para que como dice el salmo, no falte nada a los que nos han sido confiados.

SOBRE EL SACERDOCIO, por el papa Francisco


Varios sacerdotes me han enviado e-mails comentando la homilia del papa Francisco durante la Misa Crismal del Jueves Santo. Un jesuita de Boston me decía que esta homilia debería leerse en las casas de formación. El comentario más generalizado es que el Santo Padre vuelve a recordarnos lo más esencial de nuestra ordenación sacerdotal con un estilo y lenguaje sencillos más propio de los testigos que de los maestros.


SANTA MISA CRISMAL
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Basílica Vaticana
Jueves Santo 28 de marzo de 2013

Queridos hermanos y hermanas

Celebro con alegría la primera Misa Crismal como Obispo de Roma. Os saludo a todos con afecto, especialmente a vosotros, queridos sacerdotes, que hoy recordáis, como yo, el día de la ordenación.

Las Lecturas, también el Salmo, nos hablan de los «Ungidos»: el siervo de Yahvé de Isaías, David y Jesús, nuestro Señor. Los tres tienen en común que la unción que reciben es para ungir al pueblo fiel de Dios al que sirven; su unción es para los pobres, para los cautivos, para los oprimidos... Una imagen muy bella de este «ser para» del santo crisma es la del Salmo 133: «Es como óleo perfumado sobre la cabeza, que se derrama sobre la barba, la barba de Aarón, hasta la franja de su ornamento» (v. 2). La imagen del óleo que se derrama, que desciende por la barba de Aarón hasta la orla de sus vestidos sagrados, es imagen de la unción sacerdotal que, a través del ungido, llega hasta los confines del universo representado mediante las vestiduras.

La vestimenta sagrada del sumo sacerdote es rica en simbolismos; uno de ellos, es el de los nombres de los hijos de Israel grabados sobre las piedras de ónix que adornaban las hombreras del efod, del que proviene nuestra casulla actual, seis sobre la piedra del hombro derecho y seis sobre la del hombro izquierdo (cf. Ex 28,6-14).

También en el pectoral estaban grabados los nombres de las doce tribus de Israel (cf. Ex 28,21). Esto significa que el sacerdote celebra cargando sobre sus hombros al pueblo que se le ha confiado y llevando sus nombres grabados en el corazón. Al revestirnos con nuestra humilde casulla, puede hacernos bien sentir sobre los hombros y en el corazón el peso y el rostro de nuestro pueblo fiel, de nuestros santos y de nuestros mártires, que en este tiempo son tantos.

De la belleza de lo litúrgico, que no es puro adorno y gusto por los trapos, sino presencia de la gloria de nuestro Dios resplandeciente en su pueblo vivo y consolado, pasamos ahora a fijarnos en la acción. El óleo precioso que unge la cabeza de Aarón no se queda perfumando su persona sino que se derrama y alcanza «las periferias». El Señor lo dirá claramente: su unción es para los pobres, para los cautivos, para los enfermos, para los que están tristes y solos. La unción, queridos hermanos, no es para perfumarnos a nosotros mismos, ni mucho menos para que la guardemos en un frasco, ya que se pondría rancio el aceite... y amargo el corazón.

Al buen sacerdote se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo; esta es una prueba clara. Cuando la gente nuestra anda ungida con óleo de alegría se le nota: por ejemplo, cuando sale de la misa con cara de haber recibido una buena noticia. Nuestra gente agradece el evangelio predicado con unción, agradece cuando el evangelio que predicamos llega a su vida cotidiana, cuando baja como el óleo de Aarón hasta los bordes de la realidad, cuando ilumina las situaciones límites, «las periferias» donde el pueblo fiel está más expuesto a la invasión de los que quieren saquear su fe. Nos lo agradece porque siente que hemos rezado con las cosas de su vida cotidiana, con sus penas y alegrías, con sus angustias y sus esperanzas. Y cuando siente que el perfume del Ungido, de Cristo, llega a través nuestro, se anima a confiarnos todo lo que quieren que le llegue al Señor: «Rece por mí, padre, que tengo este problema...». «Bendígame, padre», y «rece por mí» son la señal de que la unción llegó a la orla del manto, porque vuelve convertida en súplica, súplica del Pueblo de Dios. Cuando estamos en esta relación con Dios y con su Pueblo, y la gracia pasa a través de nosotros, somos sacerdotes, mediadores entre Dios y los hombres.

Lo que quiero señalar es que siempre tenemos que reavivar la gracia e intuir en toda petición, a veces inoportunas, a veces puramente materiales, incluso banales – pero lo son sólo en apariencia – el deseo de nuestra gente de ser ungidos con el óleo perfumado, porque sabe que lo tenemos. Intuir y sentir como sintió el Señor la angustia esperanzada de la hemorroisa cuando tocó el borde de su manto. Ese momento de Jesús, metido en medio de la gente que lo rodeaba por todos lados, encarna toda la belleza de Aarón revestido sacerdotalmente y con el óleo que desciende sobre sus vestidos. Es una belleza oculta que resplandece sólo para los ojos llenos de fe de la mujer que padecía derrames de sangre. Los mismos discípulos – futuros sacerdotes – todavía no son capaces de ver, no comprenden: en la «periferia existencial» sólo ven la superficialidad de la multitud que aprieta por todos lados hasta sofocarlo (cf. Lc 8,42). El Señor en cambio siente la fuerza de la unción divina en los bordes de su manto.

Así hay que salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia redentora: en las «periferias» donde hay sufrimiento, hay sangre derramada, ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones. No es precisamente en autoexperiencias ni en introspecciones reiteradas que vamos a encontrar al Señor: los cursos de autoayuda en la vida pueden ser útiles, pero vivir nuestra vida sacerdotal pasando de un curso a otro, de método en método, lleva a hacernos pelagianos, a minimizar el poder de la gracia que se activa y crece en la medida en que salimos con fe a darnos y a dar el Evangelio a los demás; a dar la poca unción que tengamos a los que no tienen nada de nada.

El sacerdote que sale poco de sí, que unge poco – no digo «nada» porque, gracias a Dios, la gente nos roba la unción – se pierde lo mejor de nuestro pueblo, eso que es capaz de activar lo más hondo de su corazón presbiteral. El que no sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor. Todos conocemos la diferencia: el intermediario y el gestor «ya tienen su paga», y puesto que no ponen en juego la propia piel ni el corazón, tampoco reciben un agradecimiento afectuoso que nace del corazón. De aquí proviene precisamente la insatisfacción de algunos, que terminan tristes, sacerdotes tristes, y convertidos en una especie de coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez de ser pastores con «olor a oveja» – esto os pido: sed pastores con «olor a oveja», que eso se note –; en vez de ser pastores en medio al propio rebaño, y pescadores de hombres. Es verdad que la así llamada crisis de identidad sacerdotal nos amenaza a todos y se suma a una crisis de civilización; pero si sabemos barrenar su ola, podremos meternos mar adentro en nombre del Señor y echar las redes. Es bueno que la realidad misma nos lleve a ir allí donde lo que somos por gracia se muestra claramente como pura gracia, en ese mar del mundo actual donde sólo vale la unción – y no la función – y resultan fecundas las redes echadas únicamente en el nombre de Aquél de quien nos hemos fiado: Jesús.

Queridos fieles, acompañad a vuestros sacerdotes con el afecto y la oración, para que sean siempre Pastores según el corazón de Dios.

Queridos sacerdotes, que Dios Padre renueve en nosotros el Espíritu de Santidad con que hemos sido ungidos, que lo renueve en nuestro corazón de tal manera que la unción llegue a todos, también a las «periferias», allí donde nuestro pueblo fiel más lo espera y valora. Que nuestra gente nos sienta discípulos del Señor, sienta que estamos revestidos con sus nombres, que no buscamos otra identidad; y pueda recibir a través de nuestras palabras y obras ese óleo de alegría que les vino a traer Jesús, el Ungido.

Amén.