Sunday, November 24, 2013

Sor Leticia: Fue campeona de España de esgrima y hoy es maestra de novicias en un convento. Leticia decidió dejarlo todo y entrar en el convento de clausura de las dominicas de Lerma.



Sor María Leticia


Hace 17 años, Leticia, una joven burgalesa, decidió cambiar el traje blanco de campeona de esgrima por el hábito blanco de las madres dominicas de Lerma. Hoy es Sor María Leticia de Cristo Crucificado, maestra de novicias.

Leticia nació en 1977, en una familia de clase media. Sus padres no solían ir a misa, pero procuraban que sus hijos acudieran a catequesis. «A los doce años dejé la parroquia; la misa la veía como un teatrillo».

Buscaba éxito pero estaba vacía

Joven y desapegada de la Iglesia, Leticia se volcó en el deporte. «Mi corazón buscaba el éxito. Sentía dentro de mí algo muy grande que dar, y la Iglesia me cortaba las alas». Descubrió la esgrima, y ese deporte le dio sus mayores éxitos, pero tras ellos sentía grandes vacíos.

Fue tres veces campeona de España y llegó a ser seleccionada para los Juegos Olímpicos. «Fueron años de mucha satisfacción momentánea. Llegaba al hotel después de ganar y me sentía vacía. La gente me hacía creer que yo era dios, y no lo era», relata. Por ese tiempo Leticia decidió unirse a una pandilla de rockabillys. «Vestíamos de cuero, tachuelas en la cazadora y cinturones con hebilla». Era una vida de peleas, drogas y alcohol, que no la llenaba.

Unas monjas felices

Entonces una amiga le habló de una visita que había hecho a unas monjas de clausura, de cómo le había sorprendido la felicidad de sus rostros. Y Leticia visitó el convento para comprobarlo. «Eran felices sin tener nada, cuando yo no lo era teniéndolo todo».

Poco después, bailando en una discoteca, comenzó a sentirse indispuesta, salió a la calle y encontró una iglesia. Entró en ella. «Fue la primera vez que experimenté que allí dentro, en una iglesia, existía algo, y era algo bueno, que me daba paz». Leticia pensó que debía dejar aquella vida y volver a la Iglesia. «En medio de todo eso se me cruzó Dios y ya nada se podía comparar. Dejé la esgrima por unos brazos amorosos que te acogen».

No a los Juegos Olímpicos

El éxito de Leticia crecía y le propusieron acudir a los Juegos Olímpicos de Atlanta, pero ella ya había decidido dejarlo todo. Conoció a unos jóvenes del Camino Neocatecumenal y entró en una comunidad. Pasado un tiempo, sintió que debía hacer una experiencia con las dominicas de Lerma. «Allí sentí que un amor absoluto me llenaba. Me encontré con una Persona que me quería como era, con Dios».

El 8 de septiembre de 1995 la exitosa esgrimista entró en el convento de las dominicas de Lerma. Hoy tiene treinta y cinco años y es la maestra de novicias del convento. Conserva todas sus espadas y alguna vez le hace una demostración de esgrima a las chicas nuevas del convento.

Fuente: 
religionenlibertad.com

Sor Leticia: «Ahora la espada la tiene un ángel»
De campeona de España de esgrima 
a monja de clausura en Lerma, 
por Luis Gómez

Leticia González-Solís Pampliega es desde hace 16 años sor María Leticia de Cristo Crucificado, aunque todo el mundo le llama ‘Leti’, advierte.

Campeona de esgrima de España, cambió el florete por el hábito y con 19 años ingresó en el monasterio de clausura de las Dominicas de Lerma (Burgos), donde comparte vida con su hermana pequeña, Aroa. El viernes intervino, mediante videoconferencia, en las jornadas católicas del Palacio Euskalduna de Bilbao. «Nuestro Facebook es el locutorio».

– ¿Qué le llevó a abandonar su prometedora carrera deportiva y convertirse en monja de clausura?

– Creo que ni piensas en abandonar ni en ser monja, simplemente experimentas que has sido alcanzada por un amor nuevo que deslumbra y va haciendo que encajen las piezas de tu vida. Vas poniendo orden en los valores que tenías hasta ese momento.

– ¿Nunca había recibido hasta entonces la llamada de Dios?

– Dios estaba ahí... en el fondo del alma. Inquietaba, pero en un momento sale a flote con toda su fuerza... ¡Irresistible!

– Tenía el éxito en las manos, con su presencia en los Juegos Olímpicos de Atlanta de 1996. ¿Le costó mucho tomar esa decisión?

– En realidad, lo que me propusieron era empezar con los Europeos y formar parte de la selección española. No quiero sentirme heroica por lo que dejé. Tampoco sé hasta dónde habría llegado. Hallé algo mejor que no alcancé con mis entrenamientos. Él me alcanzó a mí.

– «La gente me hacía creer que era Dios, y no lo era». ¿Tan vacía se encontraba?

– Al principio, al hacerlo por diversión, es una gozada, pero cuando entra la competitividad todo cambia. Al descubrir que no tiene consistencia, tiemblas. Cuando dejas a Dios ser Dios, Él te alcanza y te alza... ¡con fundamento!

– Son pocas las personas que se deciden a dar este paso.

– Depende del amor irresistible que hayas experimentado. No me siento heroína, sino atraída por un amor al que no podía poner resistencia.

– Disfrutaba como cualquier joven de su edad.

– ¡Y me lo pasaba en grande! Me encantaba bailar hasta la madrugada, salir con chicos y disfrutar de todo lo que se ponía por delante. Incluso hice ‘puenting’.

– Se unió a una pandilla de ‘rockabillies’ y vistió de cuero y cazadoras de tachuelas. Sinceramente, cuesta imaginársela ahora así.

– ¡Suelta la imaginación!

– Aseguraba que «era una vida de peleas, drogas y alcohol».

– Sí y no. Tú sales para divertirte, la noche te envuelve y por menos de nada te encuentras con las peleas, la droga y el alcohol.

– ¿No le costó dejar atrás a los amigos y familiares?

– Puede entenderse al principio como un dejar, pero luego compruebas que nunca me he sentido más cerca de ellos ni les he querido más.

– ¿Su primera visita al convento de las Dominicas le marcó?

– ¡Me sorprendió!

– ¿Qué valores tienen los votos de pobreza, castidad y obediencia?

– Desde luego, no son renuncia. No me ha llamado el Señor a renunciar, sino a experimentar su amor. Vivir la pobreza me conduce a experimentar que Cristo es mi bien, todo mi bien; vivir la castidad me lleva a potenciar la capacidad de amar... amar a Cristo con todo mi ser, a vivir de su amor y también a amar a todos... ¡a todos!, sin que nadie se me cuelgue. La castidad me concede la libertad de amar y la obediencia me lleva a identificarme con Cristo. Le entrego mi libertad para que Él lo sea todo. Que también los que entregan su amor a otra persona le entregan su libertad.

– ¿Cómo se vive en clausura?

– La clausura la ven más los que están fuera. Las que vivimos dentro sabemos que estamos en un recinto pequeño. Nuestro mundo material es reducido. Pero, a la vez que experimentas la pequeñez de tu entorno, crece hasta el infinito el amor por todos los que están fuera, crece el corazón... ¡sin límites! Es limitado nuestro entorno, pero tenemos lo esencial para vivir nuestra consagración: el coro, nuestras hermanas, nuestro trabajo, nuestra huerta para pasear.

– ¿Mereció la pena cambiar el florete por el hábito?

– Claro. El florete, aunque lo usara muchas horas, no me arropaba. El hábito me recuerda que soy de Cristo y que es Él quien me arropa, me cubre, me protege... Es mucho más que un trozo de tela.

– En una sociedad en la que cada vez es más difícil vivir aislado, ¿los conventos son una muralla impenetrable?

– No, en absoluto. Tenga en cuenta que nuestra vocación es dominica. Está destinada a la evangelización, a dar testimonio de Jesucristo. Aunque no utilicemos las redes sociales, nuestro Facebook y Twitter es el locutorio, es poder mirar a la cara a quien viene a vernos y decirles que tenemos algo grande que decirles. Jesucristo te ama y quiere que seas feliz.

– ¿Cómo se ve el mundo desde dentro?

– Seguro que con más optimismo que como se ve fuera. ‘Vivir de Cristo’ tiene la ventaja de ver muchas de las realidades que nos envuelven. La mirada de Jesús es entrañable, cariñosa, positiva... ¡estimulante! Vemos a nuestra gente con hambre de conocer a Dios y, desde nuestra pequeñez, intentamos dar la luz de nuestro testimonio de vida.

– ¿Echa de menos el exterior?

– No, la clausura ayuda a tener la vida centrada y la Iglesia siempre ha cuidado que nuestra vida sea equilibrada. No vivimos de recuerdos. El presente nos llena de sobra.

– ¿Enseña a las novicias los movimientos y técnicas con la espada?

– A veces pasamos ratos de recreo con esto, pero no dejamos de verlo como una diversión.

– ¿Qué encontró en la esgrima?

– Me forjó una personalidad fuerte y constante y me enseñó a luchar y a no rendirme nunca. Disfruté de momentos de felicidad, pero la felicidad continua solo la he encontrado cuando conocí a Cristo y empecé a vivir de Él. Cuando la persona sabe competir, la esgrima es muy elegante y digno de ver. Los toques son muy artísticos. El único problema es que es uno contra uno y el compañerismo a veces...

– Conserva traje, espada y careta. ¿Regresará algún día a la esgrima?

– No. Conservo el equipo, pero ahora la espada la tiene un ángel a la entrada del Oratorio. Soy feliz con Cristo, por eso no le cambiaría nunca por la espada.

Fuente: 
elnortedecastilla.es 

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