Saturday, December 21, 2013

Del celibato sacerdotal: una reseña histórica, por Luis Antequera


Concilio de Elvira (aprox. 310)

El primer pronunciamiento claro de la Iglesia al respecto del celibato que deben mantener los sacerdotes cristianos, no es excesivamente temprano, y data del Concilio de Elvira, un concilio español, primero de los celebrados en Europa, por cierto, convocado en tierras de lo que hoy es Granada hacia el año 310, y cuyo canon 33 reza:

“Se está de acuerdo en la completa prohibición, válida para obispos, sacerdotes y diáconos, o sea, para todos los clérigos dedicados al servicio del altar, que deben abstenerse de sus mujeres y no engendrar hijos”.

Canon que encierra dos cuestiones latentes. En primer lugar, el de Elvira es un concilio de ámbito local -los concilios ecuménicos con autoridad sobre todo el orbe cristiano aún están por producirse-, por lo que sólo obliga dentro del marco geográfico en el que ese concilio tiene autoridad, en este caso el sur de España, y no en el de toda la cristiandad.

En segundo lugar, la Iglesia insistirá siempre en que dicho concilio, como toda la normativa que en los siglos siguientes se producirá al respecto, no contiene tanto órdenes de nuevo cumplimiento, como la ratificación de las que ya estaban en vigor.

Sin embargo, no se habla propiamente, como vemos, de la prohibición de los sacerdotes para casarse (probablemente en vigor), sino de la de abstenerse de sus mujeres, lo que demuestra que, de acuerdo con la normativa vigente o contrariamente a ella, lo cierto es que los sacerdotes se casaban.

Concilio de Roma (368), Sínodo de Tours (567), Sínodo de Sevilla (633)

La conducta ordenada en Elvira, irá abriéndose paso a lo largo de los siglos en otras iglesias locales, y en similar sentido se expresan el Concilio de Roma convocado por el Papa Siricio en tiempos tan tempranos como 368, el Sínodo de Tours de 567, o el convocado por San Isidoro de Sevilla en 633.

Tampoco faltan pronunciamientos en el ámbito papal, entre ellos los de San Inocencio I (401-417), San León Magno (440-461), o San Gregorio Magno (590-604). Los mismos sin embargo, no tienen todavía carácter universal, y se refieren más bien a la actividad de cada Papa como Obispo de Roma. Tanto así que, en respuesta al rey Pipino de Francia, el Papa San Zacarías (741-752) deja el tema al arbitrio de cada iglesia nacional.

Primer y Segundo Concilio Lateranense (1123 y 1139)

Un giro de no poca importancia en lo concerniente al tema que nos ocupa, se produce en los dos primeros Concilios Lateranenses, éstos sí, ecuménicos, concretamente noveno y décimo de los mismos.

En el primero, en 1123, se reglamenta que el candidato a las órdenes religiosas debe abstenerse de su mujer, por lo que si bien la orden tiene ya carácter universal, transcendiendo en ello la decisión tomada ocho siglos antes en Elvira, en una cosa sigue siendo igualmente relativa, y es que no prohíbe al sacerdote la contracción de matrimonio, sino la de usar de él (y, además, a partir de un determinado momento, aquél en el que se produce el Concilio). La prohibición absoluta y total sólo se regulará en el II Concilio Lateranense, celebrado en 1139, dieciséis años después.

Comoquiera que sea, y aun a pesar de lo extremadamente controvertido del tema en la actualidad, y hasta de la rebeldía que se aprecia en algunos sectores de la Iglesia en lo relativo al mismo, los textos eclesiásticos modernos se ratifican en el celibato sacerdotal.

Así lo hace la encíclica de Pablo VI titulada Sacerdotalis celibatus.

El Catecismo de la Iglesia es suficientemente claro: “[Los sacerdotes] son ordinariamente elegidos entre hombres creyentes que viven como célibes y que tienen la voluntad de guardar el celibato por el reino de los Cielos” (Cat. 1579)

El Código de derecho canónico no lo es menos: “[Los sacerdotes] están obligados a observar una continencia perfecta y perpetua por el reino de los Cielos, y por tanto quedan sujetos a guardar el celibato” (CodCan. 277).

Concesiones

Ahora bien, la cuestión no es considerada de tipo dogmático, lo que va a permitir que Roma haga determinadas concesiones en materia de celibato sacerdotal.

Y entre ellas, en primer lugar, las relativas a ciertas iglesias de obediencia romana que, por su situación de difícil comunicación con la jerarquía en determinados momentos históricos, no se han visto sometidas nunca a algunos comportamientos, como es, en el caso que nos ocupa, el del celibato: tal es la situación, por ejemplo, de los maronitas iraquíes, sometidos a la obediencia romana.

En segundo lugar, las relativas al movimiento ecuménico que con tanto ahínco alimenta hoy día el Vaticano, y que han permitido aceptar en la obediencia romana a sacerdotes anglicanos que estaban casados antes de su conversión católica.

En tercer lugar, las dispensas papales concedidas desde Roma –sabido es el gran número de las que otorgó el Papa Pablo VI- para que algunos sacerdotes, abandonando eso sí, las prerrogativas sacerdotales, que no el orden en sí -el sacramento del orden imprime carácter y es por lo tanto, irrenunciable-, procedieran al matrimonio.

Protestantes

Uno de los grandes caballos de batalla de las diversas reformas protestantes, y en esto coinciden luteranos, calvinistas y zwinglistas, es el ataque al celibato sacerdotal. El mismo Lutero, monje agustino, con obligación celibática, por lo tanto, en su etapa pre-reformista, casará con la monja Catalina Von Bora, con voto de castidad igualmente, la cual le dará varios hijos.

Ortodoxos

En el ámbito ortodoxo, el celibato existe, pero no es tan estricto como en el católico: de hecho, es posible tomar las órdenes estando casado, no siendo posible, sin embargo, el paso contrario, esto es, el consistente en casarse habiendo tomado las órdenes.

Fuente: religionenlibertad.com

Del celibato en el Antiguo Testamento, por Luis Antequera


¿Es la hipótesis del celibato aceptable según los cánones del Antiguo Testamento? Un vistazo a vuela pluma del gran libro de los libros apunta en contra de ello. El gran patriarca Jacob tiene doce hijos y de cuatro mujeres diferentes, dos de ellas hermanas y las otras dos, esclavas de las hermanas.

El amado rey Salomón “tuvo setecientas mujeres con rango de princesas y trescientas concubinas” (1Re. 11,3). Muchos son los pasajes bien conocidos del Antiguo Testamento en los que observamos como Yahveh procede a una actuación bien personal para evitar que sus hijos más queridos (Abraham, Elcaná), queden marcados con el estigma de la falta de descendencia.

Cuando el Levítico expone la regla de la pureza que debe observar el sacerdote del Templo, no hace la menor referencia a ninguna continencia de tipo sexual. Lo más parecido que dice al respecto es que los sacerdotes “no tomarán por esposa a una mujer prostituta ni profanada, ni tampoco una mujer repudiada por su marido” (Lv. 21,7). Algo más estricto se muestra con el sumo sacerdote, pero todo aquello a lo que le obliga es a tomar “una virgen por esposa” (Lv. 21, 13).

Buena prueba de que en el sacerdocio judío no se exige el celibato, es la maldición que Yahveh emite a Aarón ante una falta cometida por éste: “Tú y tus hijos cargaréis con las faltas de vuestro sacerdocio” (Nu. 18, 1).

Existe en el Libro de los Números un tipo de consagración especial a Dios, el llamado nazireato (ver Nu. 6, 1), no necesariamente definitivo sino que puede tener una duración determinada, el cual incluye una serie de ritos purificadores tales como no beber vino ni bebidas embriagantes, ni pasar navaja por la cabeza, ni acercarse a cadáver aunque fuera el del padre o la madre... Pues bien, dicho rito no incluye ningún tipo de prescripción sexual.

Saliendo del Antiguo Testamento pero sin irnos muy lejos, -nos quedamos en la otra obra magna, junto con la Biblia, de la literatura clásica judía, el Talmud- una sentencia del rabino Eliazar ben Hircano declara que el que se niega a tener descendencia es comparable a un asesino (Talmud de Babilonia, yebamot 63b).

Dos son los pasajes más frecuentemente citados para argumentar a favor del celibato en el Antiguo Testamento, pero ninguna de ellos hace gran servicio a los que buscan valerse de ellos.

El primero acontece cuando Moisés, informado por Yahveh de que en tres días va a recibir las tablas de la Ley, ordena a su pueblo de una manera que se antoja algo caprichosa pues no conocemos otro episodio similar en el Antiguo Testamento: “no os acerquéis a vuestra mujer” (Ex. 19, 15). Pero se trata de una abstención temporal, con fecha de caducidad por cierto, muy próxima, el día que recoja las tablas: tres días de abstinencia, pues, ni uno más.

El segundo es el episodio en el que el mismo Dios advierte a su profeta Jeremías: “no tomes mujer, ni tengas hijos ni hijas” (Jr. 16, 2), si bien el versículo finaliza diciendo “...en este lugar”, lo que lo convierte casi en un contrargumento, al referir la inconveniencia de tomar mujer al lugar y no al hecho en sí: es decir se trata más de una penitencia para el lugar que para el receptor de la orden.

De hecho, es preciso convenir que la exigencia de la pureza sexual -que no de otro tipo- para llevar a cabo determinados actos rituales por una casta especial llamada de sacerdotes o de cualquier otra manera, procede en el cristianismo más bien del legado clásico del que también es tributario, que de su herencia hebrea. A modo de ejemplo, el griego Demóstenes señala que antes de tomar contacto con objetos sagrados, el que lo hiciera había de observar continencia sexual durante un número determinado de días. El culto de no pocas deidades clásicas se encomendaba a vírgenes: así Artemisa, Atenea, Dionisos, Hércules, Poseidón, Zeus, Apolo y otros. El grado extremo de esta conducta se producía entre los sacerdotes de Cibeles que, como informan Juvenal u Ovidio, procedían a la autocastración ritual. Imbuido de ese ansia extremo de pureza sexual, uno de los grandes cristianos de la Patrística, nada menos que Orígenes, también procederá a la autocastración.

Fuente: religionenlibertad.com

Del celibato en San Pablo, por Luis Antequera


Si al analizar los textos del Antiguo Testamento fue preciso reconocer que había pocos argumentos a los que asirse para poder justificar la opción del celibato entre los sacerdotes (judíos, bien entendido), al realizar el mismo trabajo con los textos paulinos, debemos reconocer que el pronunciamiento de su autor hacia la opción del celibato es sumamente clara. Y ello en un momento en el que, conviene recordarlo, no sólo es que el celibato no esté aún institucionalizado en el cristianismo, es que ni siquiera lo está el sacerdocio tal como lo conocemos hoy día.

Dice San Pablo:

“El no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado se preocupa de las cosas del mundo, de agradar a su mujer; está por lo tanto dividido” (1Co. 7, 33-34).

Pablo incluso anima a los cristianos a la opción del celibato, sobre la que reconoce que es la suya: “No obstante, digo a los célibes y a las viudas: bien les está quedarse como yo” (1Co. 7, 8).

Y todo ello, aún a pesar de que en los textos paulinos casi es más fácil encontrar argumentos en contra del celibato de los sacerdotes (o de lo que entonces existe más parecido a un sacerdote según lo entendemos hoy), que a favor.

“Si alguno aspira al cargo de epíscopo [=obispo], desea una noble función. Es pues necesario que el epíscopo sea irreprensible, casado una sola vez” (1Tm. 1-2, muy parecido en Ti. 1, 6).

Es decir, que a pesar de que Pablo opta para sí mismo por el celibato, a la hora de hablar de lo más parecido que en su época existe al sacerdocio que son los epíscopos, no sólo no les pide el celibato, es que se conforma con que estén casados una única vez, esto es, que no sean polígamos. Y es que en la época de Jesús y de Pablo entre los judíos, y consecuentemente entre los primeros cristianos como deducimos de la Carta a Timoteo, aunque no frecuente, la poligamia es una realidad con la que se convive.

Volviendo al tema inicial del celibato, sobradamente conocido es que el mayor de los apóstoles, Pedro, era casado, pues uno de los primeros milagros de Jesús consistió justamente en curar a su suegra (cfr. Lc. 4, 38-39). La generalidad de los apóstoles debía de serlo, a juzgar por las palabras de San Pablo cuando después de defender su opción por el celibato, tiene que justificar el hecho de que le acompañen mujeres:

“¿Por ventura [...] no tenemos derecho a llevar con nosotros una mujer cristiana como los demás apóstoles y los hermanos del Señor y Cefas?” (1Co. 9, 5).

Fuente: religionenlibertad.com

Del celibato de Jesús en los apócrifos, Luis Antequera


¿Existe alguna fuente, por extracanónica que sea, que abone la tesis de un contacto más allá de la meramente existente entre el maestro y la discípula, entre Jesús y la Magdalena? Pues bien, existir sí existen. Conozcámoslas. Se trata de dos textos diferentes, procedentes los dos del fabuloso descubrimiento de Nag Hammadi, una biblioteca de libros de la secta gnóstica, la primera gran herejía que sacude el cristianismo en tiempos tan tempranos como el s. I, hallada en la ciudad de ese nombre en Egipto en el año 1945.

El primero es el llamado Evangelio de Felipe, en el que leemos lo siguiente:

“La compañera [de Cristo es María] Magdalena. [El Señor amaba a María] más que a [todos] los discípulos y la besó en [la boca repetidas] veces. Los demás [...] le dijeron: “¿Por qué [la quieres] más que a todos nosotros?” El Salvador respondió y les dijo: “¿A qué se debe el que no os quiera a vosotros tanto como a ella?” (EvFe. 55).

Texto que cabría completar con el que en el mismo libro dice: “Los perfectos son fecundados por un beso y engendran. Por eso nos besamos nosotros también unos a otros y recibimos la fecundación por la gracia” (EvFe. 31).

En cuanto al segundo, existe igualmente un texto procedente del mismo hallazgo y por lo tanto con idéntica inspiración gnóstica, expresamente dedicado a la figura de María Magdalena, del que sólo se conocen dos fragmentos, uno copto y otro griego: se trata del Evangelio de María. En él leemos como cuando Magdalena informa a los apóstoles que Jesús ha resucitado, encuentra la incomprensión de Pedro, quien la increpa con violencia, objetándole que no tiene sentido que Jesús se haya manifestado a ella sin haberlo hecho antes a ellos. Semejante agresión no queda sin respuesta, la cual proviene del mismo colegio de apóstoles:

“Entonces Leví [el apóstol Mateo] habló y dijo a Pedro: “Pedro, siempre fuiste impulsivo. Ahora te veo ejercitándote contra una mujer como si fuese un adversario. Sin embargo, si el Salvador la hizo digna ¿quién eres tú para rechazarla? Bien cierto es que el Salvador la conoce perfectamente, por eso la amó más que a nosotros”” (EvMg. 18).

El fragmento griego del mismo, relatando la misma escena, pone en boca de Leví estas palabras algo diferentes: “El [Jesús] al verla [a Magdalena] la ha amado sin duda”.

Basarse en estos textos para tratar de sostener una relación marital de Jesús obliga a poner en contexto esos textos para darles el correcto valor histórico que puedan tener. Intentar basarse en los textos evangélicos es un completo disparate, cuando no un verdadero fraude.

Fuente: religionenlibertad.com

Del celibato de Jesús en el Evangelio, por Luis Antequera


Mucho es lo que se ha dicho y escrito sobre el celibato de Jesús, tratando de encontrar en los textos evangélicos los más extemporáneos argumentos para justificar lo que en ningún lado de los evangelios está escrito. La verdad es que una lectura sana, sosegada, rigurosa y llana de los evangelios no puede conducir a otra conclusión que la del celibato de Jesús.

Lo más íntimamente cerca que Jesús se halla de una mujer en cualquiera de los cuatro evangelios es, sin duda, la que relata Juan en el episodio en el que al poco de resucitar, es hallado por la Magdalena, la mujer más veces nombrada en los textos evangélicos después de María, y cuando la buena mujer se va a abalanzar sobre Jesús, y éste le responde: “noli me tangere”, “no me toques, que aún no he subido al Padre” (Jn. 20, 17).

Jesús no tiene ninguna aversión hacia el sexo femenino. Lo demuestran tantos episodios salpicados por todo el Evangelio en los que se le ve departiendo con mujeres con toda naturalidad: el perdón a la prostituta, la samaritana varias veces casada, Marta y María..., incluso aquélla anónima que le grita : "¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!" (Lc. 11, 27). 

Lo demuestra sobre todo, el episodio sublime, uno de los más bellos de todo el Evangelio en el que salva a la adúltera de una muerte segura por lapidación:

“Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?» Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.» E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?» Ella respondió: «Nadie, Señor.» Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más.»” (Jn, 8, 3-11).

Trate Vd. de visualizar la escena. Más aún, trate Vd. de ponerse en el lugar de Jesús y protagonizarla. Intente sentir las sensaciones y emociones que pudo sentir un hombre en su pellejo mientras esperaba, rodilla en tierra, a ver qué efecto tenían sus palabras en sus compatriotas: un efecto que, según conocemos porque Juan ya nos ha relatado su final, fue el de que no voló por los aires una sola piedra.

Pero que mirado desde el momento anterior a la escena, seguramente tenía un desenlace mucho más probable, cual es el de que la primera piedra se la hubiera llevado el propio Jesús en la cabeza. Un Jesús que no les miraba, que sólo “escribía en la tierra”, y que no tenía porque haberse complicado su ya de por si atribulada existencia con la defensa de la más deleznable de las criaturas en la sociedad en la que él vivía: una adúltera.

Pues bien, con todo lo dicho y aún así, la opción que realiza Jesús por el celibato es clara, evidente, rotunda, no deja lugar a dudas. Se lo dice a Pedro:

“Yo os aseguro que nadie que haya dejado casa, mujer, hermanos, padres o hijos por el reino de Dios, quedará sin recibir mucho más al presente, y en el mundo venidero, vida eterna” (Lc. 18, 29-30).

De quien alguien podría argumentar: sí, decide dejar a las mujeres, pero eso justamente, significa que la tenía, que no siempre fue célibe en definitiva, aunque lo fuera en el momento en el que realiza la afirmación. ¿Qué decir entonces de esta otra declaración, en la que Jesús se rebaja a la especie de uno de los apestados de la sociedad para escenificar su opción?:

“Hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos hechos por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el reino de los cielos. Quien pueda entender que entienda” (Mt. 19, 12).

Lo cierto, sin embargo, es que la opción celibataria en tiempos de Jesús es una opción difícil de justificar porque el celibato no es en modo alguno una opción contemplable en la idiosincrasia judía de la época de Jesús. Salvo en un medio, ojo. Porque efectivamente, en tiempos de Jesús, sí había un grupo humano que efectivamente practicaba el celibato: se trata de los esenios, de los que nos dice Flavio Josefo en su libro de las Antigüedades: “Y ni toman esposas ni practican la posesión de esclavos” (Ant. 18, 21)

Uno más de los argumentos, no el único, por cierto, que abonan un posible contacto de Jesús con un grupo humano tan curioso como marginal dentro del judaísmo.

La pregunta llegados a este punto es: ¿existe alguna fuente, por extracanónica que sea, que abone la tesis de un contacto más allá de la meramente existente entre el maestro y la discípula, entre Jesús y la Magdalena? Existir, sí, existen. Pero como por hoy ya le he fatigado bastante, dejaremos, amigo lector, si Vd. me lo permite, la cuestión para un próximo y pronto artículo, con el que daremos por terminada la serie que hemos dedicado al celibato en los textos cristianos.

Fuente: religionenlibertad.com

Wednesday, December 11, 2013

Carmelita italiano: "Vivir en un convento con 2.000 desplazados", "Les hemos dado la bienvenida con los brazos abiertos"

"En el Carmelo hemos alojado a más de 2.000 personas. Es difícil contarlos a todos. Vienen de diferentes barrios. La mayoría son niños muy pequeños con sus madres", dice el padre Padre Federico Trinchero, carmelita descalzo misionero italiano de 35 años, superior y maestro de los alumnos del convento de Notre Dame du Mont Carmel en Bangui, capital de la República Centroafricana, donde la seguridad sigue siendo precaria a pesar de la intervención de las tropas francesas y africanas.

Justo la noche entre el 9 y el 10 de diciembre, dos soldados franceses murieron en un enfrentamiento con las bandas armadas en las calles de la ciudad. El convento, relata el misionero que trabaja en la República Centroafricana desde hace 4 años, había acogido al primer grupo de 600 personas el 5 de diciembre, cuando estalló un combate violento entre los rebeldes Seleka y las milicias "anti Balaka".

Después el 6 de diciembre, cuando el toque de queda había terminado, varias personas trataron de regresar a casa, pero la reanudación de los combates han hecho regresar a los desplazados al convento, a los que se han sumado más tarde cientos de otras personas. "Les hemos dado la bienvenida con los brazos abiertos. Los hemos acomodado lo mejor que hemos podido. Aunque la lluvia, en un determinado momento muy fuerte, ha complicado todo ¡haciéndolo más difícil", dice el padre Federico.

La condiciones de seguridad precarias bloquean la llegada de alimentos y medicinas al Carmelo, pero esto no ha impedido al p. Federico y a sus "invitados de honor", como él llama a los desplazados, el organizar de la mejor forma posible la vida comunitaria. "A las 9:00 am parte la recogida de basura... porque alrededor de 2000 personas que están en un espacio menos grande de un campo de fútbol, sin duda tienen sus necesidades y algunos inconvenientes. Si vamos a ser un campo de refugiados tenemos que hacerlo bien", dice el padre. Federico.

"Con los niños limpiamos toda la zona. Luego, en fila india, nos lavamos las manos y como premio tenemos una tortita. Mientras tanto, la gente cocina, lava a los niños, lava la ropa y la tiende. Incluso la red de voleibol se convierte en un cómodo tendedero para la ropa. Organizamos el acceso al agua y al baño, desinfectamos con lejía y delimitamos las zonas con cal".

P. Federico, que se las arregla para mantener contacto con el resto del mundo, concluye diciendo "sabemos que hay gente orando por nosotros. A todos ellos les digo gracias".

Fuente: Agencia Fides