Monday, June 24, 2013

PREMIO A MONS. FRANCISCO GONZÁLEZ, S.F., por "Obras son amores y no buenas razones".

Buenos días:

Les escribo para compartirles la buena noticia que la columna que escribe Mons. González para El Pregonero ganó por tercer año consecutivo el primer lugar en los premios que otorga anualmente la prensa católica de Estados Unidos y Canadá (2013 Catholic Press Awards).  El Pregonero se ganó 9 reconocimientos en total.

Aquí la nota que escribió el jurado:

BEST REGULAR COLUMN BY A BISHOP OR ARCHBISHOP
First Place. El Pregonero, Washington, D.C., "Obras son amores, y no buenas razones” by Mons. Francisco Gonzalez, SF. Bishop Francisco Gonzalez preaches with vigor, wit and compassion through his columns. He calls us to cross the barriers, legal and otherwise, that we use to protect ourselves from "the others. Mons. González predica con vigor, ingenio y compasión a través de sus columnas. Él nos reta a sobrepasar las barreras, legales y otras que utilizamos para protegernos de “los otros”.


Esta es la columna ganadora:

Obras son amores, y no buenas razones (Reflexión dominical - 12 de febrero de 2012)
MONS. FRANCISCO GONZALEZ, SF, Obispo Auxiliar de Washington

Levítico 13,1-2.44-46
Salmp 31
1 Corintios 10,31-11,1
Marcos 1,40-45

Nos estamos acercando a la santa cuaresma, cuando de una forma muy especial se nos llama a la constante conversión. Algo que todos necesitamos, incluso los que se creen santos y los que verdaderamente lo son. Conversión, el cambio radical: salir de nosotros mismos y hacer a Dios el centro de nuestra vida. Este domingo en muchos lugares del mundo se tiene la “campaña contra el hambre”.

Dicho todo lo anterior, hoy la sagrada liturgia nos presenta un pasaje del evangelio de Marcos que nos debe hacer pensar mucho en nuestras actitudes. Quien más quien menos sufrimos un tanto o un mucho de eso que llamamos egocentrismo, o sea, yo y todos como yo. Y como consecuencia de lo dicho, excluimos de nuestra amistad todo lo que no nos gusta. Si extendemos eso a círculos mayores, encontramos a muchos hombres y mujeres, hermanos y hermanas nuestras, queramos o no, que se quedan fuera de la sociedad.

Jesús nos narra el evangelio de Marcos, va predicando en las sinagogas y fuera de ellas, y en un momento dado algo insólito sucede: un leproso se le acerca, y aunque no lo menciona el escrito, seguro que se formó una gran algarabía. Era inconcebible, además de prohibido que un leproso se acercara a un grupo de personas, sin haber gritado o anunciado a voces que era leproso, para que la gente tuviera la oportunidad de apartarse de semejante persona. Y Jesús rompe con la norma, con la ley, y el leproso que se ha arrodillado diciéndole: ‘Si quieres, puedes limpiarme’. Extiende su mano y le toca. Jesús había sentido lástima por este hombre que sufría enfermedad y rechazo, y contesta a su súplica: “Sí quiero, queda limpio”. Y así sucedió.

Los medios de comunicación no se cansan de darnos ejemplos de todos esos casos en que constantemente nos separamos unos de otros, nos excluimos unos a otros. Diferentes tribus en ciertos países, ciertas enfermedades, posición social o económica, ideologías, partidos políticos, incluso grupos religiosos abanderando sus propias prácticas y declarándose superiores a los otros, algo que también sucedía en los tiempos de Cristo. Siempre creando barreras para “protegernos” de los demás.

Muchas veces nos arropamos con eso de que la “ley manda”, que esto siempre se ha hecho así, que la tradición exige, etcétera, y cerramos el corazón, y continuamos manteniendo a distancia al “leproso”, o sea, al que no es de mi gusto y pongo por encima de todo lo mío, como si yo fuera el único que tengo comunicación directa con Dios, el único que tengo su número privado.

¿Qué pasará si cuando tengamos que dar cuenta ante el Señor, el Rey del Universo, nos trata lo mismo que nosotros hemos tratado a los demás, que cuando nos pedían una cita tardábamos meses en contestar por “estar muy ocupados”; cuando nunca permitimos que comieran con nosotros en nuestra mesa, o se sentaran en nuestra silla; cuando ante las tempestades de la vida nunca les dimos cobijo o aposento en nuestra casa; cuando les encontramos tirado por el camino y no les levantamos y les llevamos a la casa de socorro porque la norma decía que era un crimen transportar a los que no tenían papeles.

Este santo evangelio que la Liturgia de la Palabra nos ofrece este sexto domingo del Tiempo Ordinario es una oportunidad para enfrentar nuestra actitudes hacia los demás. Esta es una oportunidad, ahora que las legislaturas proponen infinidad de leyes y ya pensamos en las próximas elecciones, para que haya los cambios necesarios y creemos una sociedad sin extraños, donde la sensibilidad y solidaridad nos ayude a crear esa hermandad que tanto bien nos haría.

Estamos también viviendo la euforia de la nueva evangelización. Tal vez sea bueno recordar la sabiduría popular expresada en el dicho: “Obras son amores, y no buenas razones”. La Iglesia, como ya se ha dicho, necesita, y por eso rezamos, para que asuma de forma clara la defensa y